El Levante UD asciende a primera división y la alegría se desata en la ciudad de Valencia

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“Solo hay una condición hay que saber bajarse en la penúltima estación”, advertía la voz entrecortada de Ariel Rot en uno de sus clásicos. La diferencia es que para el Levante el duelo ante el Oviedo no llegaba en la penúltima estación. Restan muchas paradas todavía para el desenlace final de la Liga y el Levante ya ha cruzado la frontera que le separa de la elite. En la cruzada que mantiene el Levante con el universo de la Primera División la única condición era conjugar con el verbo vencer en el choque ante el Oviedo. El juego de la cabalística, tan en boga en la disciplina del balompié, dejó de tener sentido al filo del mediodía del pasado domingo cuando el Numancia conseguía nivelar el duelo disputado ante el Tenerife en el feudo de Los Pajaritos. Los ecos de aquella diana impregnaron a la ciudad de Valencia prácticamente de inmediato. La suerte estaba echada desde ese preciso instante. No había que ejercitar la mente en busca de alambicadas e intrincadas operaciones de raíz matemática para encontrar la solución. El triunfo transportaba a la entidad que adiestra Muñiz al ecosistema de LaLiga Santander. No había otro requisito, ni cláusulas adicionales que rellenar en el formulario de la confrontación que reunía en el feudo de Orriols a las huestes azulgranas y la institución ovetense.

Era una condición sine qua nom que el Levante cumplió escrupulosamente. Las agujas del reloj se acercaban a las ocho de la tarde y la entidad levantinista mudaba su status y su rol. Sobre el césped del coliseo de Orriols los jugadores, cuerpo técnico y aficionados daban rienda suelta a sus emociones con la única finalidad de festejar con pompa y boato el quinto ascenso de la historia en azul y grana. Rememorar estas gestas significa iniciar un recorrido hacia el pasado para fijar la atención en junio de 1963, si se trata de escrutar el primer desafío marcado por el éxito. La escuadra granota asumió una eliminatoria ante el Deportivo de La Coruña. Aquella primavera fue pródiga en confrontaciones entre la representación granota y las huestes gallegas. La Copa del Generalísimo preludió un duelo titánico con la Primera División cercando el horizonte.

El Levante salió indemne de todas las batallas disputadas ante la escuadra preparada por Lele. Había morbo en el banquillo. Lele abandonó el club de Vallejo en diciembre de 1962 para dirigir al bloque coruñés en la elite. Unos meses después iniciaba un camino en sentido contrario. Fue en el extinto feudo de la calle de Alboraya, aunque todo comenzó a gestarse en Riazor tras las dianas de Domínguez y Wanderley que negaron el gol de Montalvo. Una semana después Serafín y Vall elevaron al Levante hasta los altares del fútbol español. Aquel Levante había mantenido una cruenta guerra contra el Murcia por la cúpula del Grupo Sur de Segunda División. La última jornada dibujó un partido sideral en La Condomina que se resolvió con una igualada que proyectó al club local al firmamento de la elite. El Levante nunca lideró la tabla, pero fue capaz de aprovechar la eliminatoria ante el Deportivo para expresar las convicciones que había mostrado sobre el pasto en la competición.

El Levante compitió contra los grandes de la máxima categoría durante dos ejercicios inolvidables. Y la espera amenazó con adquirir la eternidad. Cuatro décadas después, curso 2003-2004, recobró la memoria para volver a alcanzar la inmortalidad. El colectivo de Manuel Preciado fue un ejemplo de regularidad. Acudió con puntualidad suiza a su cita en el pódium de la clasificación. De hecho, únicamente faltó en la jornada tercera. El sprint final, con cinco victorias engarzadas, le guió hasta el liderato. Ya no se apeó de ese pedestal. En Xerez puso en orden sus pensamientos para sentirse invulnerable una vez más. No tardaron el precipitarse esas emociones. En junio de 2006 el Levante firmó el tercer ascenso de su registro histórico. Fue en Lleida en un ejercicio repleto de aristas. Mané relevó a Oltra en el primer tramo del curso.

En la posterior jornada dependía de sus prestaciones para asaltar los muros imponentes de la Primera División. Riga confirmó la superioridad azulgrana. Fue el arranque de un período nebuloso, repleto de incertidumbre, que concluyó con una crisis institucional y con la entidad en concurso de acreedores. La principal virtud del Levante fue su capacidad para reinventarse de nuevo. El Centenario confirmó la efervescencia de una sociedad orgullosa de su pasado en la búsqueda de itinerarios alternativos por los que proyectarse. El enfrentamiento ante el C.D. Castellón se convirtió en un paradigma. La escuadra de Luis García desafió las leyes del fútbol para fraguar una nueva era; seis cursos en Primera y una experiencia en la Liga Europea trufan esa secuencia última.

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